Pocos lo saben, pero
existe otra Biblia. No es la hoja en blanco, nunca puede serlo;
aunque la ingeniudad pretenda invadir los lugares seguros, el oxígeno
es la mano que se aferra a un bolígrafo, los dedos pasando de
página, el nudillo ejercitado: nunca puede ser la hoja en blanco.
El ejército
delicado de letras marchando a las órdenes de un cerebro quemado,
tiene que ser eso, un cerebro que burle la seguridad de las
conexiones neuronales y alcance el almacén de sustancias químicas.
Todo empieza ahí,
en el almacén de sustancias químicas, custodias de las historias,
enemigas inconscientes de la creación. Todo se origina en alguna
parte de la mente.
Debe de existir
algún factor externo que nos provenga -de la chispa no, no es una
chispa, es un estado general del cuerpo, un bienestar alterado,
nervioso, epiléptico- de la cantidad necesaria de imágenes para
ensamblar una historia. Esas imágenes son rehenes de las sustancias
químicas.
Una mente ordenada
se compone de un cofre de imágenes ordenado, de historias para ser
contadas con la misma facilidad que un hombre sin inquietudes nace,
vive y muere.
Imágenes desordenas
en la mente, por ahí van las historias, por esos recodos cerebrales
de los que desconocemos el momento exacto de su nacimiento.
No, no nacen, no
pueden nacer. Siempre han estado por ahí, sustancias químicas,
quizás en el aire, en el agua, en la sangre. Quién quiere creer que
nacen.
Es energía. Una
imagen oculta también es energía. La hoja en blanco nunca puede
serlo.
El propósito de una
hoja en blanco es reiniciar el proceso químico que crea historias,
iniciar una historia en el mismo momento que nos vemos ante una hoja
en blanco, poner en movimiento todo nuestro sistema de valores,
gestionarlo, pensarlo, quién sabe. No hay nada claro.
Leer es lo único
que salva de la página en blanco. Vila-Matas explicaba que mientras
iba en un autobús robaba palabras, frases, anécdotas. Ante eso,
prefiero la hoja en blanco. El bus, el cronópico ómnibus es un
terreno con escasas probabilidades de darle valor a una hoja en
blanco después de leer cierto cuento. Nuevos terrenos, nuevas
situaciones, nuevas vueltas de tuerca a la mente, nuevas provisiones,
porque quién no ha tenido historias en la parada del transporte
público, qué poca vida, qué poca imaginación se debe tener para
no haber fantaseado jamás con una persona sentada siempre en el
mismo asiento, hoy mira al pasar mañana no, pasado no está, al
siguiente encuentro gira la cara y definitivamente clava sus ojos
azules en los ojos azules de quien cada día coge el bus para ver si
esta vez está, mira o rehúsa mirar. Qué poca vida, qué cantidad
de adrenalina desperdiciada la de aquella persona que no ha sido
capaz de escribir una nota y dársela, al pasar por su lado, a la
persona que los lunes por la mañana, unos días a las siete y
veintisiete, otros a y veintiocho, no está, pero sí
los martes, miércoles, jueves y viernes, con su ropa de trabajo, sus
zapatillas blancas y verdes, su chaqueta gris con capucha gris. No,
no es nada creíble que exista un ser humano que haya cogido un autobús
público y no se haya visto atraído por otro ser humano sentado en
una silla de plástico, que no haya pensado que debía cambiar la
rutina de miradas porque si no acabaría volviéndose loco.
Es imposible que una
vez dado el paso y la nota
EN
JUNIO TRASLADAN MI EMPRESA A OTRA CIUDAD Y NO COGERÉ ESTE BUS MÁS.
TE DEJO MI NÚMERO POR SI ALGÚN DÍA TE APETECE QUEDAR Y HABLAR,
TOMARNOS ALGO O LO QUE SEA PORQUE VERTE CADA MAÑANA ES BONITO
la liberación de
energía no conceda una tregua a la hoja en blanco, y la espera, las
dudas, la piedra de la locura no hurgue en el corazón malherido que
ha sido el impulsor, no la hoja en blanco, sino un corazón
destrozado por la falta de amor, un corazón reducido a un puño
recién nacido, a una palabra monosílaba, al sí que nunca le dirán,
ni siquiera con faltas de ortografía.
Es imposible que el
ataque a la infancia que supone la entrega en mano de una nota
escrita a mano y en mayúsculas no engendre lo que durante meses ha
estado conviviendo en sus cabezas, cada vez que se esquivaban, cada
vez que veían que la otra persona miraba por el cristal de
seguridad delantero al bajar del bus, cada vez que coincidían en la
parada por aquellos juegos que la soledad regala a sus anfitriones.
Es imposible escribir un cuento que transcurra en un autobús cuando
la vida, la más narrada de las vidas, transcurre en uno de ellos.
4 comentarios:
Me cuesta seguir el hilo de tus pensamientos, pero eso es lo estimulante como lector. Un abrazo.
Como siempre se me cae la baba... Quiero robarte el cerebro mamoncete... jajajaja. Abrazote.
jo, yo voy en bus mínimo dos veces al día y nadie me ha pasado una nota, será que quizá tenga que ser yo la que se anime a perder el miedo a las hojas en blanco
muak!!
Lograste pasar al papel la biblia en la que creo, por fin ya podrá transmitirse vía oral y no solo mental como hasta ahora, bueno, mas bien ni se transmitía porque aquellos medios en donde podía hacerse, autobuses, comercios, trenes, calles, colas del pan, playa, estadio, etc...nadie daba ningún paso. Y seguro que tenían tus palabras en forma de pensamiento, pero un miedo a las inmovilizaba sin remedio.
Hasta hoy, en que, ojalá, la osadía se abra paso y extienda esta biblia cuántica por todo el mundo! :)
Un abrazo crack
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